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Cuando tus hijos no quieren ir a la iglesia

¿Cómo ayudarlo a mejorar su experiencia espiritual?


La orientación y acciones de los padres son fundamentales para ayudar al fortalecimiento espiritual de sus hijos. (Foto: Shutterstock)

 

 

 


 

Cuando tus hijos no quieren ir a la iglesia
Comprender la causa detrás de la negativa de un niño de ir a la iglesia es el primer paso para ayudarlo a mejorar su experiencia espiritual.

 


 

Lucas, de nueve años, empezó a rechazar la idea de ir a la iglesia: decía que era aburrido y que prefería quedarse con su tablet. Sus padres intentaron obligarlo, premiarlo e incluso castigarlo, sin resultados. Solo cuando decidieron escucharlo y acompañarlo espiritualmente con más paciencia, notaron que su rebeldía escondía una desconexión emocional. A veces, el “no quiero ir” no es rebeldía pura, sino un llamado de atención. Discernir lo que hay detrás de ese comportamiento puede abrir las puertas a una reconexión sincera con la fe.

 

 

¿Cómo deben reaccionar los padres?

Cuando un hijo expresa que no quiere ir a la iglesia, muchos padres intentan convencerlo a toda costa: con argumentos, regaños, premios o castigos. Sin embargo, en lugar de responder con presión o enojo, lo más sabio es detenerse y escuchar con empatía. Preguntar con calma qué siente, qué no le gusta o qué le incomoda puede revelar mucho más que una simple negativa. Observar si se trata de algo puntual o recurrente también ayuda a comprender mejor la situación. Y si el motivo no está claro, es importante buscar apoyo: hablar con los maestros, líderes o incluso con otros padres puede arrojar luz sobre el problema.

 

Sobre todo, es esencial orar con el niño y por él, mostrando que Dios está presente incluso en los momentos de duda o cansancio. A veces, la resistencia no es rebeldía, sino una oportunidad para que los padres se reconecten con el corazón de sus hijos y los acompañen espiritualmente. Pero si se trata de una actitud rebelde, es necesario establecer límites firmes con paciencia, recordando que asistir a la iglesia forma parte de los valores del hogar. Aun así, conviene preguntarse qué puede estar generando esa oposición: frustración, necesidad de atención o deseo de probar límites. Incluso cuando la actitud no sea dócil, la escucha sigue siendo clave. Detrás de muchos comportamientos rebeldes hay necesidades no resueltas que necesitan ser comprendidas, no reprimidas.

 

Estudios recientes respaldan esta perspectiva. El Barna Group destaca que la mayoría de las personas que permanecen firmes en la fe tomaron esa decisión antes de los 13 años, aunque muchas comienzan a perder interés durante la infancia si sienten que la iglesia es irrelevante o está desconectada de su mundo. El proyecto Sticky Faith del Fuller Youth Institute también mostró que los jóvenes que desarrollan una fe duradera son aquellos que, desde pequeños, fueron escuchados, incluidos y acompañados por adultos cristianos comprometidos, tanto dentro como fuera del hogar.

 

 

Motivos comunes por los que un niño no quiere ir a la iglesia

Frente a la resistencia de un hijo, muchos padres sienten frustración o incluso culpa. Pero antes de forzar una solución rápida, vale la pena detenerse y observar: ¿qué puede estar pasando en el corazón de ese niño? A menudo, su negativa es solo la punta del iceberg. Comprender las causas más comunes puede ayudarnos a responder con más sabiduría y amor:

 

1. Cansancio físico o emocional. Una rutina exigente durante la semana puede dejar al niño agotado. Dormirse tarde el viernes también influye el sábado por la mañana.

2. Falta de vínculo afectivo con la iglesia. Si se siente solo, ignorado o sin amigos, esto puede afectar directamente sus ganas de asistir.

3. Clases poco atractivas o no adecuadas a su edad. Cuando las actividades son repetitivas, con un lenguaje difícil o sin interacción, el interés disminuye.

4. Conflictos no resueltos. Peleas, bullying o incluso experiencias traumáticas pueden generar rechazo.

5. Incoherencia espiritual en el hogar. Si la espiritualidad se limita al sábado y no se vive naturalmente en casa, la iglesia se convierte en una obligación, no en un momento de comunión y regocijo.

 

 

Consejos prácticos para hacer que la experiencia sea significativa

A veces no se trata de cambiar al niño, sino de cambiar el ambiente que lo rodea. La preparación espiritual comienza mucho antes de entrar por la puerta de la iglesia. Aquí van algunas prácticas que, con constancia y oración, pueden transformar la experiencia de asistir a la iglesia en algo significativo y esperado:

 

- Prepara el sábado con anticipación. Ten la ropa lista el viernes, evita actividades estresantes a última hora, asegúrate de tener una cena liviana y una noche tranquila. ¡La impaciencia es uno de los peores enemigos del sábado! Dios pensó en ese día como un regalo, no como una carga.

- Lleguen temprano para ayudar. Llegar tranquilos, sin correr, permite al niño integrarse con calma. Si puede ayudar en algo —entregar materiales, acomodar sillas, saludar a los adultos—, se sentirá útil y parte del grupo. Al volver a casa, haz preguntas significativas: ¿Qué aprendiste hoy? ¿Qué historia te gustó? ¿Qué entendiste del sermón? Esa conversación puede reforzar lo que vivió y crear una memoria espiritual.

- Valora el culto familiar. No subestimes el poder de un momento de adoración en familia. La conexión espiritual no se construye solo los sábados. El culto diario, aunque sea breve, une la fe con la vida.

- Muestra entusiasmo por ir. Tus hijos sienten lo que tú sientes. Si ir a la iglesia es para ti una obligación, ellos lo notarán. Pero si lo vives como un privilegio, contagiarás ese gozo. Celebra el sábado con alegría, con palabras positivas y con gratitud.

- Acompaña con presencia, no solo con instrucciones. Estar con tu hijo, participar de las clases, conocer a sus maestros y amigos demuestra que la iglesia es un lugar de familia. No basta con “dejarlo” en la Escuela Sabática: necesita saber que caminan juntos.

 

 

Conclusión

Un sábado por la mañana, mi hija —que entonces tenía apenas seis años— me dijo que no quería ir a la iglesia. Intenté insistir con ternura, pero ella solo repetía: “No quiero ir, no me gusta”. Durante días me pregunté qué estaría pasando: ¿será que no le gusta la clase?, ¿alguien la trató mal?, ¿está aburrida? Hasta que, orando y observando más de cerca, descubrí la causa. Al lado del templo había un jardín de infantes abandonado y, a veces, personas en situación de calle entraban allí. En una ocasión, uno de los niños dijo en voz alta que lo que se veía adentro era “un ladrón”. Esa escena, aunque nadie la tomó muy en serio, dejó una marca en mi hija. No era falta de fe ni rebeldía: era miedo. A partir de ahí entendí que, muchas veces, el “no quiero ir” de un niño es un pedido silencioso para ser escuchado y protegido.

 

Tal vez la situación de tu hijo sea completamente diferente. Pero si hay algo que aprendí como madre, es que la paciencia es fundamental. Y muchas veces, es justamente lo que nos falta. No siempre entenderás de inmediato lo que está pasando, y no siempre tendrás las respuestas. Pero Dios te dio a ese hijo con la promesa de acompañarte también como Padre. Así que escucha con calma, observa sin desesperarte y ora con perseverancia. Si no sabes qué hacer, busca apoyo. Una actitud serena puede abrir puertas que la prisa y la ansiedad cierran. A veces, lo que tu hijo más necesita no es una solución rápida, sino simplemente una mamá o un papá que esté dispuesto a quedarse cerca y esperar con fe.

 

 

 


 

Referencias:

- Barna Group. “Why Most Kids Stay in Church after High School.”
https://www.barna.com/research/why-teens-are-abandoning-church/

- Fuller Youth Institute. Sticky Faith: Practical Ideas to Nurture Long-Term Faith in Teenagers.
https://fulleryouthinstitute.org/stickyfaith

 

 

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